Sólo cinco minutos en el bosque

La naturaleza hace maravillas

Basta con cinco minutos
El susurro de las hojas de los árboles, el murmullo de los arroyos, el aroma de los arbustos, el silencio y la sensación de estar solo: todo esto encanta durante una visita al bosque. El cuerpo reacciona inmediatamente al efecto positivo del bosque. Incluso después de un paseo de sólo cinco minutos, se nota un cambio apreciable.
La psicóloga medioambiental Renate Cervinka, de la Universidad de Viena, ha investigado el efecto del bosque junto con otros colegas. Ha demostrado que el bosque es bueno para el cuerpo y, por tanto, también para el alma. El corazón late con más calma tras una estancia en el bosque, el pulso y la presión sanguínea descienden y los músculos se relajan. La investigadora Jo Barton, de la Universidad de Essex, descubrió que esto sólo dura unos minutos. Los sentimientos negativos, la tensión y el miedo desaparecen. En su lugar, cobran importancia la anticipación y los sentimientos positivos. Para ello bastan cinco minutos al aire libre; ni siquiera es necesario caminar durante horas por el bosque.
El estado de ánimo y la autoestima muestran a los psicólogos cómo está la salud de una persona. Influyen en la sensación de felicidad y aumentan la capacidad de afrontar situaciones estresantes.
Todas las personas se benefician de una salida a la naturaleza. Sin embargo, los estudios han demostrado que, en las personas más jóvenes, lo que más aumentaba era la autoestima. En los adultos de mediana edad, en cambio, influía positivamente el estado de ánimo.
No importa si pasamos los cinco minutos en el jardín, dando un paseo o pescando. Lo más importante es que estemos al aire libre y rodeados de naturaleza. La autoestima aumenta y las personas que sufren estrés crónico se relajan.
Sin embargo, este efecto positivo de la naturaleza es mayor cuando se pasa tiempo cerca del agua. Por eso, la psicóloga Renate Cervinka ha grabado con su smartphone el murmullo de un arroyo del bosque. Siempre que puede, está en los viñedos cercanos, en el bosque y en la naturaleza. Sobre todo cuando está bajo mucha presión. En los momentos de mayor estrés, siempre tiene a mano el murmullo del arroyo en su smartphone. Así lo escucha y puede controlar su nivel de estrés. Es la relajación en lata, por así decirlo.
El poder de los árboles
Los alemanes aman su bosque. Es un lugar de añoranza, de secretos, de cuentos de hadas e historias. El silvicultor Peter Wohlleben escribió en 2015 un libro sobre el bosque: "La vida secreta de los árboles". Su libro sobre el comportamiento social de los árboles se convirtió en un éxito de ventas. Peter Wohlleben explica aquí sus sorprendentes observaciones, que demuestran que los árboles consideran a sus retoños como niños y los pastorean. También se advierten unos a otros en caso de peligro. Los árboles están vivos y, al parecer, tienen sentimientos. Los amantes de las plantas siempre lo han sospechado, pero el bestseller de Wohlleben parece aportar la prueba definitiva.
Pero los árboles no sólo tienen una interesante interacción entre sí, sino que también influyen directamente en nosotros. Ya en 1984, el científico de la salud Roger Ulrich observó en un estudio que los pacientes se recuperaban más rápido tras una operación de vesícula biliar si había un árbol junto a la ventana. El verdor de los árboles hacía que las heridas cicatrizaran más rápido. También necesitaban menos analgésicos. Así que es indiscutible que los árboles no sólo fortalecen el alma, sino también el cuerpo.
En Japón, un investigador llegó a conclusiones similares. Para su análisis, el médico Qing Li comparó los datos sanitarios de todos los habitantes de Japón. Descubrió que las personas que vivían en zonas boscosas morían de cáncer con menos frecuencia que el resto. Ya había tenido en cuenta todos los demás factores que aumentan el riesgo de muerte.
Además, Marc Berman, de la Universidad de Chicago, publicó un interesante estudio en la prestigiosa revista científica "Nature" en 2015. Había comparado la densidad de árboles en la gran ciudad de Toronto con los datos de salud de los residentes. Su resultado: el riesgo de enfermedades cardíacas y circulatorias disminuía cuantos más árboles crecían en un barrio. Sólo diez árboles adicionales en una manzana hacen estadísticamente a los residentes siete años más jóvenes.
Los efectos positivos de los árboles sobre la salud parecen mágicos. Sin embargo, todo es relativamente sencillo de explicar. En efecto, los árboles inspiran nuestra alma e imaginación con su bello aspecto, pero sus efectos sobre la salud tienen una explicación científica.
Cualquiera que pase un día en un bosque aumenta el número de células asesinas en su cuerpo. El número en la sangre aumenta un 50 por ciento. Las células asesinas parecen peligrosas, pero son esenciales para nuestra salud. Forman parte de nuestro sistema inmunitario y reconocen las células enfermas o infectadas. Las células asesinas se encargan de eliminar estas células enfermas. El crecimiento de las células asesinas es estimulado por los fitoncitos. Se trata de sustancias que producen los árboles como mecanismo de defensa contra las plagas. Si estás debajo de los árboles, recibes parte de los fitoncitos de los árboles y así refuerzas tus propias células asesinas.
Los que aprovechan la oportunidad y se mueven mucho por los bosques estarán más sanos en muchos aspectos. Porque el ejercicio también tiene un efecto decididamente positivo, por supuesto. El sociólogo paisajista alemán Rainer Brämer, de la Universidad de Marburgo, está convencido de que practicar senderismo con regularidad puede sustituir la visita al médico. En su opinión, el senderismo es también prevención y terapia para casi todas las enfermedades conocidas de la civilización.
La naturaleza siempre relaja
Si no tienes un bosque a tu alcance, no tienes por qué tener miedo. Los investigadores han demostrado que la naturaleza siempre es buena para la salud. Por eso, pasar tiempo en el jardín o en la playa también es saludable: ¡no siempre tiene por qué ser un paseo por el bosque! Salir a la naturaleza, por otra parte, es especialmente importante para los habitantes de las ciudades y debería formar parte de la vida cotidiana normal. Los psicólogos Stephen y Rachel Kaplan han desarrollado la llamada "Teoría de la Restauración de la Atención". Según esta teoría, los habitantes de las ciudades están constantemente estresados debido a la sobrecarga sensorial. El cuerpo tiene que filtrar los sonidos que no son importantes. Los oídos de los habitantes de las ciudades están expuestos a un ruido de fondo constante, que la mayoría ni siquiera percibe. Hay coches circulando, obras en la calle, bocinazos, sirenas de policía sonando de fondo, música en algún sitio y gente hablando en voz alta cerca. El cerebro tiene que filtrar lo que es importante y lo que no lo es.
Este trabajo constante del cerebro puede provocar fatiga e incluso agotamiento.
Por fin, la naturaleza está "fuera del aire". La gente escucha el susurro de los árboles, el piar de los pájaros o simplemente escucha un silencio misterioso y se limita a observar las nubes. El cerebro puede por fin recuperarse de la sobreestimulación constante.
Depende de la personalidad de cada uno quién se relaja mejor en qué lugar de la naturaleza. ¿El bosque, el mar, la playa, las montañas, el campo o incluso el desierto? Hay muchas posibilidades y cada persona es realmente feliz en un lugar distinto. Cada zona tiene su encanto y, dependiendo de nuestra personalidad, nos relajamos mejor en el bosque, en la montaña o junto al mar.
El pintor holandés Vincent van Gogh dijo: "Si realmente amas la naturaleza, la encontrarás bella en todas partes". En eso tenía razón, pero el efecto sigue siendo otro.
Investigadores de la Universidad estadounidense de Virginia, dirigidos por Shigehiro Oisho, han descubierto que existe una diferencia general entre introvertidos y extrovertidos. Los extrovertidos se sienten más cómodos en las playas anchas y junto al mar, los introvertidos son más felices en la montaña porque allí se sienten más protegidos y, en principio, siempre pueden encerrarse en sí mismos. En cambio, la playa ancha con vistas al mar refleja el alma abierta de los extrovertidos.
Por eso, en general, siempre es bueno vivir en un paisaje que también se adapte a la personalidad de cada uno. El investigador finlandés Markus Jokela, de la Universidad de Helsinki, comparó a 56.000 ingleses con su lugar de residencia. Estableció paralelismos entre el carácter del lugar de residencia y el de la persona. Si el lugar de residencia y la personalidad coincidían, las personas eran mucho más felices.
Por eso unas vacaciones en la naturaleza nos hacen tan felices. No sólo porque podemos dejar atrás la vida cotidiana, sino también porque el cerebro puede recuperarse de la sobreestimulación y porque -con la elección correcta del destino de vacaciones- las personas también están exactamente donde subconscientemente se sienten más cómodas.

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